PRÓLOGO "EL PRÓFUGO"
Hans Leuenberger, a quien llamo mi amigo, transita las mismas calles que yo transito, frecuenta mis paisajes, mis alamedas, algunas de mis lecturas y muchos de mis bares. Como un hilo conductor tejido con tres cuerdas, “El fugitivo” ha estado casi siempre presente en nuestras conversaciones, a veces incluso con la fuerza de una obsesión. Etimológicamente obsesión no es otra cosa que asedio. Sólo desde lo obsesivo el arte tiene alguna posibilidad de existir, sólo la idea que escala los muros con la fiereza de un ejército, improvisando arietes y catapultando el fuego puede socavar las puertas de la belleza y ese es el precio que debe ser siempre pagado. No me sorprendió por lo tanto, cuando mi amigo asediado por una idea largamente acariciada se presentó en el Bajo Cinca un invierno en que el páramo se despertaba con el castigo o la recompensa de un viento gélido. No iba en la búsqueda de una historia, pues ésta ya existía, tampoco se presentó allí porque le faltaran datos que conocía hasta el detalle, aquel invierno constataba el desplome de los muros que en su caída desvelan inequívocamente la belleza.
El resto de la historia se haya ahora en manos del lector. Pocas obras pueden alcanzar la categoría de arquetípicas en el sentido jungiano de tendencia hacia motivos universales. Sender iba en pos de ello y Leuemberger recoge el testigo con sabiduría y elegancia. El desenlace de Joaquín, un nombre que únicamente se desvelará en los amores imaginarios del fugitivo, está colmada de principio a fin de universalidad, desde la huida y el refugio, pasando por los artefactos de relojería en que el tiempo ha convertido antiguas mujeres que antaño fuesen de carne y hueso, desde la certeza de la muerte única y exclusivamente cuando se ha constatado la maravilla de la vida, hasta las muletas que el amor dejó olvidadas junto al lecho del demente para ayudarle a soportar su propio peso grávidamente ausente ya completamente desprovisto de sentido. Todo presente es un presente que asfixia y nos hace desear un pasado que ha dejado de existir y un futuro tan ajeno de esperanzas que nos pone un doloroso nudo en la garganta.
La historia se nos presenta en un formato propicio. Los diálogos sabiamente escogidos por Leuemberger se combinan con los dibujos desgarradores y al mismo tiempo, dulces de Jaime Asensí, ello contribuye a dotar al relato de una atmósfera de irrealidad o quizá deberíamos decir, de una realidad atmosférica donde podemos vernos reflejados como en la superficie erizada de un estanque que creíamos en calma. Ambigüedad en suma. ¿Hacia donde huye el protagonista?. Muchas Son las posibles respuestas, sin que ninguna pueda ser exacta ni excluyente, como si de un juego de espejos se tratara, Joaquín huye de si mismo podríamos decir casi con certeza, o huye del tiempo que le aprisiona, o de recuerdos que son imaginarios, o de imaginaciones que son únicamente recuerdos: Huye de la muerte y al mismo tiempo huye de la vida.
Miguel Ruiz Trigueros
Ronda, 6/6/2012
Nos lo presentas realmente prometedor.
ResponderEliminarHay una frase que ha llamado mi atención de forma poderosa -más de una, pero esa de forma especial- "Sólo desde lo obsesivo el arte tiene alguna posibilidad de existir, sólo la idea que escala los muros con la fiereza de un ejército, improvisando arietes y catapultando el fuego puede socavar las puertas de la belleza y ese es el precio que debe ser siempre pagado". Así vivo yo el arte, como esa idea obsesiva que, a momentos se viste de furia y se enfrenta a gigantes poniendo de parapeto el propio cuerpo, o que pretende deshacer montañas con el uso de una pequeña cuchara. Obsesión.