LOS SÍMBOLOS DEL BOSQUE
El bosque posee una entidad propia,
susceptible de ser estudiada desde una perspectiva científica. En este sentido
entendemos el bosque como un ecosistema particular conformado por todas las
plantas, animales y microorgonismos que lo componen (factores bióticos) y que
interactúa junto con los componentes carentes de vida o factores abióticos, es
decir aquellas cualidades físico-químicas
del medio, donde el bosque se desarrolla.
Salvo cada vez más aisladas excepciones, los bosques no se hayan ajenos a la actividad humana. Desde tiempos
inmemoriales la humanidad se ha servido del bosque para su supervivencia y su
crecimiento tan es así que, en cierto
sentido, podríamos considerar que la humanidad misma es el resultado del bosque
en que una vez se originó.
La interrelación humanidad-bosque
viene desde muy lejos, la historia del hombre se entrelaza con la historia de
la vegetación hasta el punto que muchas veces nos es difícil discernir sus
límites. Puede, y a esto nos dedicaremos en esta serie de artículos, que la
vegetación sea una forma de explicarnos a nosotros mismos, a través de una
multitud de símbolos, tan estrecha es la relación entre la humanidad y su cuna
de verde floresta. El árbol mismo es un símbolo del ser humano, quizá el más
antiguo de todos los símbolos. Son numerosos los pueblos que reconocen la
existencia de un árbol ancestral como su antepasado común, quizá ello se deba a
esa serie de paralelismos entre el árbol y el hombre, porque un líquido recorre
a ambos, a ambos los sujeta un tronco, y basta levantar los brazos para
constatar que son ramas que se proyectan al universo mientras que las piernas son
raíces firmemente ancladas al suelo.
La iconografía nos ha traído
bellísimas imágenes sobre esta relación tan particular y simbólica,
posiblemente una de las más representativas sea la imagen arquetípica del “Green
Man”, el hombre vegetal que adorna los capiteles de numerosas iglesias románicas,
pero cuyo origen trasciende el cristianismo. Se trata de una figura
antropomórfica con la particularidad de que su rostro está o bien rodeado, o
bien directamente formado por hojas, existen diversas variantes, en algunas de
las cuales el misterioso personaje incluso presenta abundancia de frutos. A
pesar de esa aura de misterio que le envuelve algo no obstante, sabemos de él,
surgió de forma espontánea en diversas culturas a lo largo del tiempo y muy
posiblemente esté relacionado con antiguas deidades vegetales paganas, se le
considera como un símbolo del renacimiento de la naturaleza, una interpretación
del movimiento cíclico de las estaciones en su obstinada recuperación de la
vida. Pocas palabras tan hermosas en castellano como primavera: “el primer verdor”.
Volveremos a la imagen del “Green Man” en sucesivos artículos dada la riqueza
simbólica de nuestro personaje, no sin antes recordar que de alguna forma su
rostro sigue presentándose en diversas manifestaciones artísticas mucho más
recientes, porque existe en él algo de
imperecedero, baste recordar las representaciones manieristas de Arcimboldo, y
su serie de rostros humanos creados con elementos vegetales, o mucho más
recientemente las esculturas talladas en troncos de árboles de Paul Sivell.
El árbol es representación de lo
humano, pero es también imagen del cosmos. Quien piensa en un árbol, piensa en
un universo, la simbología del árbol que se relaciona con la totalidad puede
resultar intuitiva para cualquiera que se haya sentado bajo una copa frondosa
en un día caluroso del verano o en una noche estrellada. La copa del árbol es
asimilable a la cúpula celeste; ambas se extienden sobre los cuatro puntos
cardinales y ambas parecen estar sujetas a un centro común. El árbol es por lo
tanto un eje, un axis mundi que
asegura el equilibrio del universo, una imagen de las poderosas relaciones que
se establecen entre la tierra y el cielo. En la mitología nórdica es el fresno
de Yggdrasil el árbol encargado de mantener unidos los mundos con sus raíces y
ramas, su sombra es mucho más amplia que todo lo existente, dado que el mismo
universo se cobija bajo ellas; en la tradición budista es el árbol de Boddhi, una especie de higuera, bajo la cual
Buda obtiene la iluminación, la triada de las divinidades se hayan
representadas en el árbol dado que sus raíces son Brhamā, su tronco es Shiva y
sus ramas Vishnú; la Odisea por su parte
nos evoca una conmovedora historia sobre el regreso de Ulises a su Ítaca natal;
luego de sus extensos viajes en tierras muy lejanas, el héroe regresa al lecho
conyugal que había sido construido en torno a un olivo ancestral, “un
tronco de olivo, de extensas hojas, robusto y floreciente, ancho como una
columna”, encontrarse una vez más con el tronco de aquel árbol era el signo
inequívoco del regreso, el final de sus recorridos por el mundo.
Estamos tan ligados al mundo vegetal
que no es de extrañar que la flora nos hable a través de sus múltiples
símbolos. Un bosque mediterráneo, como
es el caso de la Algaba, es un magnífico lugar para escuchar esos mensajes que
no se han apagado con el correr del tiempo, un sitio idóneo para iniciar
nuestro viaje hacia los profundos y reveladores significados del bosque y sus habitantes
que iremos, para utilizar el símbolo del fruto coronado, desgranando poco a
poco; iniciamos nuestro estudio con el rey indiscutible del paraje, un árbol
investido con los atributos de la divinidad misma: La sagrada encina.
Miguel Ruiz Trigueros
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