El beso





El miró su silueta en blanco y negro iluminada por un  tímido rayo del  sol gris que se colaba por la ventana entreabierta de la cafetería. Ella jugaba nerviosa con la cucharilla del té que se empecinaba en emitir destellos violetas cuando rozaba la taza. Empezaba a llover fuera del local y las gotas sobre la acera  producían en sus sentidos una vorágine bulliciosa de colores, como si la atmósfera convertida en la paleta de un pintor, se derramara incesante sobre sus oídos indefensos. Tratando de ignorar los colores que la asediaban ella dijo algo sin importancia, una frase que intuyó de transición hacia los umbrales de la noche que empezaba a envolverlos. Movido por un impulso inevitable, el concentró entonces su mirada hacia aquellos labios  de un gris metálico que casi rozaba la negrura.  Imposibilitado de discernir el tono del carmín que ella había usado aquella tarde, se planteó posibilidades respecto a su matiz exacto sin apartar, ni un momento,  la vista de su boca de níquel. Deben  ser de un rojo intenso, pensó, mientras el camarero le servía una ensalada de tonalidades indeterminadas que no llegaría a probar. Dejó el tenedor sobre la mesa produciendo un leve destello marrón, un tanto desplazado al rojo en el espectro de los sonidos que huyen al vacío; al menos así lo percibió ella desde el universo caótico de sus sentidos. La posibilidad incierta de un beso se abrió paso entre ellos en aquel instante, como si la primera estrella de una tarde imposible marcara el límite entre dos espacios inversos y lejanos. En un esfuerzo casi sobrehumano, el dejó a un lado su timidez congénita.  Sin saber de donde provenía aquella muestra de valor súbito  se atrevió  a decir -Daría cualquier cosa por mirar el mundo con tus ojos  aunque fuese sólo un instante, mirar la vida con la exuberancia sonora de tu mirada. - No me envidies. -respondió ella, observando ausente como se disipaba en el aire, el azul intenso de la última sílaba que el había pronunciado nervioso e inseguro -Yo daría mi mundo por un atisbo del claro obscuro  puro y sin subterfugios de la tuya. Un rayo imprevisto llenó de sombras la cafetería a los ojos de él, de primaveras bulliciosas los de ella. Se inclinaron como para acercarse y fue como si la corta distancia que les separaba hubiese contenido un  universo inabarcable, como si cada paso de sus existencias hubiese acortado la distancia infinita que les separaba.  Cerraron sus ojos al besarse y ambos se sumergieron en un mundo exacto sin formas ni aristas.  En los oídos de de ella se multiplicaron los sonidos del color,  en el de él poco a poco se fue abriendo paso la gama infinita de las tonalidades que únicamente había llegado a vislumbrar en el espacio recóndito de su imaginación.

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