EL TIEMPO COMO FUNDAMENTO DE LA NARRACIÓN

Miguel Ruiz Trigueros

Posiblemente, al igual que la existencia misma, una narración no es sino el resultado de un equilibrio tenso, la búsqueda de un sentido que se escapa y que en su huida pretende decirnos algo. El acto narrativo desde este punto de vista, no sería sino la búsqueda de una cierta armonía resultado del choque de fuerzas convergentes e incluso anuladoras entre si. La búsqueda de este equilibrio, es seguramente la función de toda novela, en tanto que lo que se pretende es una representación o una parodia de la existencia.

La novela es por lo tanto un acto de síntesis, entendida ésta en el más puro sentido hegeliano como el resultado de la colisión entre una tesis y una antítesis. De la misma forma en que nuestro caminar por la vida nos conduce a disyuntivas existenciales de toda índole, la narrativa debe enfrentarse a sus propias disyuntivas, a sus propias elecciones que siempre darán como resultado un equilibrio provisional, tan inestable como el que le precedió. La nueva síntesis surgida de la fractura habrá de enfrentarse a su propia antítesis y el resultado será siempre un misterio. El Ulises que abandona Ítaca para enfrentarse a los avatares de su destino, no es el mismo que sale victorioso de los muros de Troya, quien a su vez habrá de transformarse ante nuevos imperativos de la realidad. Tampoco es el mismo Ulises el que se escapa de Circe en la isla de Eea, el que luego se transforma para sortear a las sirenas, el que tensará el arco para dirigir la flecha sobre ese símbolo arcaico del mundo de los doce segures. No es sino aquel el momento cumbre de la historia, el punto donde ésta puede darse por concluida. La flecha atravesará los agujeros de las doce hachas, como el símbolo de la conclusión de un ciclo cosmológico. Si consideramos la dialéctica de tesis, antítesis y síntesis, como el mecanismo que produce el equilibrio tenso del cambio y la transformación en toda obra narrativa, es preciso considerar como uno de los fundamentales elementos de tensión, el que produce el tiempo tanto en los personajes como en la narración en si. Dicha tensión dialéctica no es otra que la situación a la que se someten los personajes (Como cualquiera de nosotros) al enfrenarse a un tiempo que es limitado por naturaleza pero que sin embargo, contiene la posibilidad de liberación. Someter a los personajes a la tensión del tiempo equivale a enfrentarlos a la disyuntiva de determinismo-libertad.

Seguramente la revolución más grande que se puede hacer en nuestros días es aquella que conduzca a la recuperación del tiempo, como en aquella genial novela de Ende, no sé si para mayores, o para niños, que se titulaba “Momo”. Me viene a la mente ahora otro título famoso “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust, que no es sino una variante del “Paraíso Perdido de Milton”, porque el tiempo es el único y verdadero paraíso al que se puede aspirar. No se escribe o se lee una novela sino es para darnos el pequeño lujo de jugar con el tiempo, domesticarlo como a una bestia feroz para que camine acompasadamente con nosotros; amoldarlo, darle forma, arrepentirse o celebrar por lo que ha sido y quizá reconocer la necesidad de volver a empezar. Que enorme privilegio es para los humanos (personajes de la gran novela de la vida) darnos la oportunidad de volver a empezar una vez más de la nada, a pesar de nuestra certeza de lo limitado de las horas.

Sucede exactamente lo mismo en la narración cuando los personajes se ven sometidos a esa ambivalencia del tiempo. El torno del alfarero gira, como gira el planeta marcando el ritmo del día y la noche, de las estaciones, de los solsticios y los equinoccios. El torno no para de girar pero queda el privilegio de darle forma a la arcilla.

El papel de los personajes de las narraciones no es por lo tanto otro que poner de manifiesto esa tensión entre la necesidad o el determinismo, (El girar inevitable del torno) y la posibilidad a veces insólita, de imprimir con las manos una forma que sólo puede ser el resultado de la libertad.

Existe un pasaje cumbre en la novela de Kazantzakis, “Zorba el griego” que quizá ilustre mejor que cualquier otro la idea sobre la forma en que los personajes se enfrentan a su propia noción del tiempo. El pasaje se inicia con un anciano de noventa años que se dispone a sembrar un olivo, cuyos frutos evidentemente jamás llegaría a ver, -¡Qué abuelo, sembrando un olivo! –le pregunta alguien que pasa por allí, y el anciano responde –Yo actúo como si fuera a vivir mil años- Zorba reflexiona sobre este episodio y le comenta a su amigo que él también siembra olivos, y además vive disfrutando de la vida a manos llenas y sus razones son paradójicamente justo las opuestas a las de aquel anciano, -Yo actúo como si mi muerte fuera inminente- sentencia.

Es desde luego una curiosa paradoja, que dos formas tan distintas de entender el tiempo den como resultado una acción común en ambos personajes. Es interesante observar como ambos están expuestos a una dictadura del tiempo, que a su vez ambos interiorizan de una forma particular, para dar como resultado una acción que sólo puede ser entendida como un acto de liberación. Un árbol es siempre un símbolo de libertad por más que sus raices puedan estar ancladas a la tierra.

Comentarios

  1. El tiempo es, sin duda, factor determinante, no sólo en narrativa, sino en toda obra literaria (aunque en poética es principal la distorsión incluso del propio hecho semántico, en pro de una estética determinada)

    Ante la pregunta de por qué escribimos, la respuesta primera suele ser: por perpetuarnos. Y es que en la atemporidad es la primera característica de las obras artísticas en general. Más que la atemporidad, per se (las obras son fruto de su tiempo y reflejo del mismo), casi hablaría de "atemporismo", si me permite la invención del término, una capacidad que supondría el poder sacudirse la exclavitud de un presente, para ser siempre presente. Es decir, cada vez que visionamos una obra de arte, cada vez que leemos una historia, en realidad la "revivimos", la hacemos nuevamente presente; rompemos el binomio espacio-tiempo, e inmortalizamos (en la medida en que permanezca el soporte en el que ha sido creada) su razón de ser.

    Situémonos en la obra narrativa. El tiempo pasa a ser un gel que modificamos a placer en la propia obra. A este lado del muro que nos separa de la obra, el tiempo corre irremediablemente en una sola dirección y con un ritmo que, aunque percibamos anímicamente maleable, es rígido. Sin embargo, en la obra los saltos temporales son posibles, el tiempo no existe más que como el lector lo quiera interpretar. Incluso cuando el tiempo es el propio protagonista, lo es como cualquier otro elemento, algo "fantasiable". Nombras Momo, de Ende, en el que el tiempo es el protagonista de toda la fantasía literaria y pierde cualquier otro sentido que no sea el de la mera fantasía que nos refleja la obra.

    REpresentativa la reseña de Zorba el griego. Ambos, ante el hecho innegable de la temporidad, con sabiduría, nos dicen que el tiempo no es más que una percepción: el viejo lo percibe como algo casi eterno, Zorba, como si tuviera fecha inminente de caducidad.

    Y hay algo más literario que el "Carpe diem". ¿Qué es, sino, el propio hecho de una lectura?. Cuando abres un libro empieza a ser cierta la historia que contiene y se te entrega para el disfrute, pero en el mismo momento en que se cierran las tapas, deja e ser y de existir esa historia, que, sin embargo, podrá ser de nuevo, infinitas veces. Para tu infinito disfrute.

    Para mi infinito disfrute, por cierto, tus espacios y tus letras.

    Gracias, Miguel, por compartir tu tiempo con nosotros, lectores de lo finito.

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